Desde 1980, los efectos de la crisis climática están aumentando exponencialmente. Los huracanes, las sequías, las inundaciones y los incendios son cinco veces más frecuentes ahora que hace cuatro décadas. Sin embargo, como en todas las crisis, quienes acaban siendo más afectados son las poblaciones más vulnerables. 

    Una catástrofe climática como las sequías son un claro ejemplo de este panorama pues mientras existen actualmente 2.200 millones de personas en el mundo sin acceso a agua potable, existen pueblos donde la cifra de piscinas por metro cuadrado en comparación con los habitantes en el censo son desmesuradas. Sin irnos más lejos, en Guadalajara la localidad de Illana condensa 734 piscinas, mientras el pueblo cuenta con 776 ciudadanos.  

    Naciones Unidas ha reconocido en diversas ocasiones el derecho al agua y al saneamiento, tanto para uso personal como domésticos. Por ejemplo, en 2010, la Asamblea General afirmó en la Resolución 64/292 que el agua potable es necesaria para las personas y es una obligación de los Estados y organizaciones internacionales proporcionar los recursos a los países en vías de desarrollo ayudas para suministrarlo a su población.

    Aun así, lejos de gestionar correctamente las reservas de agua y proporcionarla a quienes más la necesitan, estamos malgastándola. Las expectativas suponen que para 2030 se produzca un desplazamiento de 700 millones de personas por beber agua no potable que produce riesgos para la salud como la diarrea, el cólera o la fiebre tifoidea. Además, se prevé que para 2050 más de la mitad de la población del planeta no podrá tener acceso al agua.  

    Aunque esto parece un futuro distópico, no está muy lejos de la realidad. Actualmente, es un 40% de la población mundial la fracción que sufre escasez de agua. En 2017, se vivió una crisis migratoria con 20 millones de personas que hubieron de huir de sus países por sequías que provocaron escasez de alimentos y conflictos de extrema violencia.

    De hecho, desde tiempos inmemorables, la población ha entrado en disputas por satisfacer de esta necesidad humana tan básica. El Instituto del Pacífico creó un mapa que muestra la cronología de conflictos generados por el agua. La mayoría de las guerras del agua vienen por la agricultura pues utiliza el 70% de agua dulce. En España siempre ha sido muy tradicional los altercados entre el Norte donde las lluvias son más intensas y el Sur donde lo único que es frecuente son las sequías. Tan sólo hay que pensar que por algo sigue existiendo el Tribunal de las Aguas en Valencia. Cierto es que los peores conflictos son aquellos donde intervienen varios Estados alegando el derecho al agua de sus poblaciones. Por ejemplo, el conflicto entre Israel, Palestina y Jordania por tener que "compartir" el río Jordán. 

    En definitiva, las guerras de agua son un problema climático no próximo, sino ya presente en nuestras vidas y nos concierne a todos luchar por un futuro donde se garantice su acceso, independientemente de la manera en la que nos afecte ahora. Debemos tratar siempre de incentivar que estas controversias se resuelvan mediante la justicia y reforzar el derecho internacional en este aspecto, así como proveer más ayuda a organizaciones internacionales como Oxfam Intermón que están denunciando el acceso al agua y llevando el saneamiento de las aguas a poblaciones en situación de riesgo. 



Bibliografía

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